El 29 de septiembre de 1933, el Partido Comunista convocó al entierro de las cenizas del luchador revolucionario Julio Antonio Mella, a quien Gerardo Machado había ordenado asesinar en México cuatro años antes. Se auguraba un clima de violencia, pues elementos reaccionarios dentro del Ejército, encabezados por el entonces coronel Fulgencio Batista, querían sabotear la ceremonia.
La madre de Paquito González intentó que no saliera de la casa, pero este le dijo: “Yo soy pionero y mi deber es ir”.
De la guardia de honor, en Reina No. 403, se encargarían los pioneros que la integraban, entre ellos Paquito, quien había asegurado a su madre Flora y a su hermano: “Mella ha muerto por la Revolución y mi deber es ir, aunque me maten”. Minutos antes de sacar la urna con las cenizas para ser depositadas en el sitio escogido del Parque de la Fraternidad, los niños fueron protegidos en una casa cercana donde no corrían peligro, pero Paquito quiso participar de todas formas en la marcha y se situó al frente de la misma portando un cartel con la consigna “¡Abajo el imperialismo!”. Dicen que la última vez que lo vieron con vida, levantaba con todas sus fuerzas la pancarta que había escrito.
Con emotivas palabras, desde un balcón el destacado dirigente comunista Rubén Martínez Villena despidió el duelo en horas de la tarde y de ahí se iniciaría la marcha, pero desde edificios aledaños se inició una lluvia de disparos contra la multitud que provocaron gran confusión y alcanzaron a herir y matar a varios participantes, y entre los primeros en caer estuvo Paquito, con el cráneo destrozado por las balas.
Su entierro aconteció el día 30 de septiembre de manera muy modesta, como había transcurrido su vida, y sus restos depositados en un lugar del cementerio de la Habana, donde la Revolución en su honor construyó después un pequeño obelisco.